Columna de EL INFORMADOR "LA CIUDAD Y LOS DÍAS"
Hay en el eje de lo que fue –y es- la Colonia Francesa, la avenida Hidalgo, uno o dos testigos. Permanecen allí, chaparritos y persistentes, a pesar de las mudanzas y los atropellos innumerables. No sirven para nada, pero sirven para muchas cosas. Bien hechos, robustos, interperritos. Son testigos de que alguien pensó que esta ciudad podría ser de otro modo.
Los hidrantes para la Colonia Francesa debieron haber sido instalados en los primeros años del siglo pasado. Casi son materia del INAH, pero -¿por fortuna?- lo son del INBA y de la Secretaría de Cultura. Están hechos de fierro colado. Como casi todos los artefactos y estructuras de las primeras épocas del uso de este material, lucen una graciosa ornamentación que sigue demostrando que la función no impide el decoro, y que la amabilidad que sus estampas transmiten los vuelve más recordables.
A la imagen de otras ciudades civilizadas, estaban pensados para atender las contingencias de posibles incendios en el vecindario. Por lo mismo, tendrían que haber dependido de una potente red hidráulica, posiblemente de apropiados aljibes y bombas que hicieran efectivo su servicio. Como en París, Nueva York, Londres, Berlín… A la gente de ese tiempo nunca le pareció fuera de lugar que se tomaran esas precauciones, ni que los sistemas no fueran a funcionar. Todavía se vivía en una ciudad sin complejos.
A la distancia, los hidrantes subsistentes nos parecen vestigios ingenuos de una infraestructura que es imposible para una ciudad como Guadalajara. Bien es cierto que, venturosamente, nuestras casas de cal y canto son más resistentes al fuego que las de otras latitudes: no le hace. Tenemos suficiente historia de contingencias e incendios como para pensar que la medida de los hidrantes era sensata.
Así fuera solamente para recodarnos que esta ciudad aspiró honradamente a ser una urbe ordenada y previsora, la presencia de estos personajes chaparritos es valiosa. Y también para demostrar que cualquier equipamiento público debe ser robusto, durable, y bonito. Es cuestión de revisar el estado, la forma y la evolución de los centenares de cosas que se han puesto en banquetas y espacios públicos a lo largo de los decenios. Bancas, paradores de camión, casetas de teléfono, kioscos de periódico, ciclopuertos, señaléticas, etc.
A los responsables de esas cosas, sobre todos a los de las que están mal hechas, les hubiera hecho, sin duda, mucho bien, ir a la calle de Hidalgo y examinar con cuidado los uno o dos hidrantes que sobreviven a la insensatez y el descuido de una ciudad que, en otra existencia, no tenía por qué acomplejarse y no aspirar a ser más digna, más bonita, mejor. Además, hay que preservar con cuidado el hidrante que queda. ¿O son dos?
Escrito por: Juan Palomar Verea, jpalomar@informador.com.mx
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