Por Goretti Cazarez Onofre* ilustrado por Rosario Gutiérrez** FUNDARQMX***
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC I [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
El pensamiento binario es una estructura mental que percibe, etiqueta y explica la realidad en dos grupos, usualmente valorados de manera desigual y jerárquica. Podemos indicar su origen en el dualismo platónico propuesto por el filósofo griego Platón, el cual fue posteriormente adoptado como propio del mundo occidental y ha prevalecido hasta nuestra época. Es un sistema simple, práctico y contrastante, pero también carente de abstracción, análisis y reconocimiento de otres entes o cualidades, ya que solo considera dos opciones, las cuales se perciben como antagónicas. Esta forma de pensamiento genera dicotomías, parejas de conceptos opuestos, que se pueden representar como mujer-hombre, femenino-masculino o reproductivo-productivo; también se pueden mencionar algunas dicotomías espaciales como campo-ciudad, público-privado, periferia-centro, exterior-interior.
Una parte importante del entendimiento de las dicotomías espaciales en occidente es conocer el inicio de las mismas, las cuales se pueden remontar a la Grecia clásica, entre los siglos VI y V a.C. Como lo explica Estela Serret (2008), doctora mexicana en filosofía política y especialista en temas de feminismo e identidad femenina, las polis contenían la esfera pública, siendo únicamente el espacio de colectividad política y social donde se reconocían a los hombres como ciudadanos y se distribuían de manera horizontal el poder bajo los valores de libertad e igualdad. Esto era posible gracias a la existencia de su espacio opuesto, que es también su base: la casa. En la vivienda se desarrolla la esfera doméstica y se establece una estructura vertical, encabezada por una figura masculina dominante e incuestionable, sin la existencia de la igualdad, libertad y democracia.
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC II [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
Esta configuración espacial prevaleció durante siglos, en el siglo XIX, con el auge del capitalismo moderno junto con el reconocimiento del patriarcado como sistema hegemónico, imperó también la división sexual del trabajo. Ésta, según Serret, distingue las actividades de producción económica, ejecutadas por hombres, como labores de prestigio; mientras que el trabajo reproductivo o doméstico, realizado comúnmente por mujeres, se concibe como carente de prestigio, disociando e invisibilizando al sujeto mujer, al igual que a la esfera doméstica.
Esto es relevante porque el binomio espacial “público-privado” trasciende a la dicotomización separatista de espacios masculinizados y feminizados, lo que fortaleció la exclusión de las mujeres del espacio público como agentes políticas y sociales de las ciudades, al igual que el bloqueo de oportunidades de trabajo asalariado. Sin embargo, no solamente comenzó a existir esa exclusión, sino que los mismos espacios considerados como femeninos fueron divididos con base en esa dicotomía espacial y seguían siendo dominados por hombres. El perfecto ejemplo de lo anterior es la casa, siendo un espacio donde se vive y se contiene el ámbito familiar y doméstico. Ésta ha sido promovida como el espacio propio de las mujeres, pues contiene las actividades y cualidades que se le han asignado al género femenino de forma casi natural.
No obstante, esta concepción se realiza considerando al hombre como sujeto de conocimiento dado que, desde la perspectiva femenina, para las mujeres la casa significaba, y para muchas sigue prevaleciendo esa noción, un espacio de reclusión, sumisión y privación de su autonomía y libertad. En la que realizan trabajo reproductivo no remunerado, sin tener un lugar exclusivamente para su disfrute y reposición y sin ser dueñas del único espacio que supuestamente les pertenece.
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC III [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
Por otro lado, aunque desde el siglo pasado ha incrementado la integración de las mujeres al espacio público, entendiéndolo como un conjunto de lugares de libre acceso con constantes flujos e interacción social (Guzmán, Alejandro, 2017), el mismo no queda exento de generar desigualdades espaciales y sociales que afectan directamente a las mujeres. Si bien en el espacio público se da la interacción, el reconocimiento, la expresión y el encuentro de personas, estas mismas acciones se dan de manera diferenciada para las mujeres pues también es un espacio donde se les segrega, violenta, cosifica, domina, discrimina y limita.
Esto último tiene un punto de origen en la connotación socialmente construida de que el espacio público es naturalmente masculino y por lo tanto, no-neutro, ya que en el diseño se toma al hombre como sujeto de conocimiento y unidad de medida (Caballero, Javier, 2017); por ello, hay que reconocer que las mujeres han sido consideradas como “lo otro”, concebidas ajenas a la esfera y espacio públicos e ignorando sus necesidades y actividades en ellos. Pese a que la casa, el ámbito doméstico y familiar han sido designados a las mujeres, no se contempla que el espacio público contiene “territorios imprescindibles para el mantenimiento del orden doméstico”, como menciona Pilar Velázquez (2017), investigadora posdoctoral del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM.
De esta forma se puede afirmar que en la ciudad los conceptos de la dicotomía “espacio público-espacio doméstico” no necesariamente son opuestos, sino que se relacionan entre sí: la casa necesita de los servicios e infraestructura emplazados en el espacio público para poder sostenerse, así como en este último se extiende el trabajo reproductivo; al mismo tiempo, la esfera pública, entendiéndola como el mundo político, laboral, institucional, económico, educativo y artístico, también puede entrar en la casa y relacionarse con el ámbito doméstico y familiar.
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC IV [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
Con lo anterior se puede considerar al espacio público como una extensión de la casa, como los lugares donde usualmente las mujeres realizan sus actividades productivas y reproductivas y como contenedor de luchas y exigencias por la justicia social y derechos de las mujeres. Estos factores han generado una mayor presencia y participación de las mismas en el espacio público, sin embargo, se plasman como experiencias y estancias transitorias, con obstáculos y carencias espaciales que no permiten el máximo aprovechamiento de los espacios; por esto, la lucha de apropiación y reconocimiento trasciende el espacio doméstico hacia el resto de la ciudad.
Las dicotomías espaciales rara vez se cuestionan debido a que son productos socioculturales arraigados y normalizados, por ello, desde la arquitectura y el urbanismo, se perciben como imposibles de abordar. Sin embargo, hay que considerar que los espacios también se construyen social y culturalmente y son susceptibles a transformarse (Novas, María, 2014); así que, aunque las disciplinas no puedan deconstruir las dicotomías en su totalidad, sí pueden coadyuvar a reivindicar y resignificar los espacios.
La relación del espacio público y la casa se puede nutrir incluyendo en los primero lugares con cualidades de permanencia y tránsito adecuadas que permitan la extensión óptima del ámbito doméstico y familiar a la ciudad. Por ejemplo, abordar el rediseño de calles y espacios abiertos para que los recorridos resulten más seguros, la consolidación de nodos conectados por una red de transporte eficiente y segura que contemple transbordos, espacios públicos de cuidado para las infancias, centros comunitarios donde se puedan hacer de manera colectiva las tareas de cuidado al mismo tiempo que las mujeres realizan sus actividades productivas, espacios cívicos de reconocimiento y participación ciudadana femenina y lugares que faciliten herramientas y medios para el empleo y la participación política de las mujeres en las ciudades.
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC V [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
Las propuestas anteriormente mencionadas son susceptibles a ser cuestionadas y modificadas, pues surgen de la experiencia propia y un análisis individual; sin embargo, para la consolidación de las mismas se debe considerar la participación de las mujeres y las reivindicaciones espaciales propuestas por ellas. Esto idealmente generará la noción de los espacios no como componentes dicotómicos, sino la concepción de una simbiosis de dos o más espacios donde las mujeres puedan realizar de manera óptima y segura las diferentes actividades que requieren sus esferas públicas, domésticas, individuales, colectivas y demás que ellas necesiten ejercer para lograr su máximo desarrollo y disfrute como mujeres.
Rosario Gutiérrez. (2022) DEC VI [Ilustración], Recuperada el 16 de marzo de 2022.
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*Arquitecta en formación por la Facultad de Arquitectura de la UNAM; entusiasta de la historia, conservación y difusión del patrimonio, interesada en la crítica arquitectónica en relación al ámbito social; apasionada por la fotografía, la música y la redacción. Actualmente realizando servicio social en FundarqMX.
** Estudiante de Arquitectura por la Facultad de Arquitectura UNAM, con interés en la crítica arquitectónica y Conservación del Patrimonio. Colaboradora activa en Salón Virtual de Arte y Agua Ardiente Estudio. Actualmente realizando servicio social en FundarqMX.
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