Aunque México no ha sido sede de alguna de las expos, sí ha sido un participante constante en ella, obteniendo un mediano éxito.
Desde que se organizó la primera exposición considerada universal en 1851, en Londres, y hasta la Expo 2015 -poco más de 160 años-, estos magnos acontecimientos han contado con una soberbia manifestación arquitectónica –junto con la representación del quehacer humano al completo– que ha obedecido a las características que cada una de ellas ha requerido en la era industrial.
La Exposición Universal es un trascendental catálogo del saber humano. Es el más importante evento cultural existente en el mundo y se acompaña de prestigio para el país que lo efectúa. México no ha sido jamás sede de una de ellas, si bien ha habido al menos cuatro intentos de verificarla sin éxito (1880, 1910, años 60 del siglo pasado y 2010), pero el país sí ha sido asiduo participante, con mediano éxito, en las ocasiones más destacadas y en las que se han efectuado en la Posguerra.
Fundado en 1928, el Buró Internacional de Exposiciones (BIE) con sede en París, es el órgano rector de tan magnífico suceso cultural que evalúa todo cuanto en ello comparece, incluyendo la arquitectura como una de sus asignaturas más sobresalientes.
El organismo internacional pone orden y plazos, temas y designación de sedes para hacer de este muestreo una interesante oportunidad para realizar una suerte de pausa de la Humanidad con al cual se pueda recapacitar sobre sus avances. Traer a ellas de lejos lo que no hay allí donde se levantan y de atrás en el tiempo lo que podemos revalorar mirando al futuro, era la idea que una Expo inspirada en el siglo XIX –en la conjunción de la ciencia y la tecnología, de la mano del comercio y de las bellas artes– y es verdad que sigue siendo un valor entrañable que no se ha perdido.
El concepto de la Exposición Universal derivó del desarrollo capitalista ávido de mostrar los inventos, los productos y las aplicaciones que cada uno de ellos implicaban para el mejoramiento y emprendimiento de nuevas actividades, empresas y proyectos que nutrieran la industria y el comercio, apoyados en los adelantos científicos.
Se nutrió también de la posibilidad de reunir iniciativas de los más diversos países y entre todas levantaron ciudades fabulosas pero efímeras, que contaban con una suerte de maldición: desaparecían una vez concluida la ocasión que las congregaba. A lo mucho conservarían algún edificio emblemático para su posteridad. Y muchas, desafortunadamente, no dejaron mayores rastros.
Tuvieron por antecedentes las ferias comerciales medievales, que siempre justificaron la exhibición de un determinado producto, moviendo así la economía regional. Las expos universales, a su vez, contribuirían a que el mundo entero conociera tales o cuales objetos y se maravillara con sus aplicaciones y beneficios, facilitando su incorporación a la producción en masa.
En ese proceso lento pero sin pausa, la arquitectura también hizo gala de los más audaces proyectos, de las más estilosas edificaciones que preconizaban los adelantos y consagraciones de la arquitectura y la ingeniería civil.
El primer ejemplar de las expos de muy memorable recuerdo lo fue la sede de la llamada "Gran exposición de los trabajos de la industria de todas las naciones", que se inauguró en la capital británica el 1 de mayo de 1851.
La magnificente construcción de vidrieras transparentes y de hierro conocida como "El Palacio de Cristal", realizado por el jardinero real Joseph Paxton, con su fuente central ejecutada primorosamente en cristal, atrajo a millones de visitantes causando la admiración de todos al ver su fortaleza y el respeto por los robles de Hyde Park, que cabían en su prominente altura.
Tras la exposición mundial londinense, a la que acudió México con una participación muy precaria -según narró Manuel Payno al asistir a ella-, otras ciudades compitieron, montando sus respetivos palacios de cristal o apostando por notables construcciones que pudieran inclusive ser rescatadas para la posteridad.
Algunas lo consideraron y otras no, pero la exposición de Nueva York en 1853, París de 1855 y de 1867, Viena 1873 y Filadelfia en 1876 aventuraron recintos unificados, galerones donde exhibieron los más interesantes adelantos de su tiempo como el teléfono.
De las Exposiciones Universales se recuerda la de París de 1889, parangón del triunfo del uso del hierro en la arquitectura –no exento de acre polémica– cuyo testimonio imperecedero ha sido la Torre Eiffel. Si, en la edición de 1900 en París triunfó el Art Noveau, en la de 1925 lo hizo el Art Decó.
Bélgica ha sido el país que más exposiciones universales ha efectuado. España tiene una lista nada despreciable, y muchos países más han sido sede de tan formidables certámenes, porque recordemos que también han sido escaparate en todos los conocimientos de la Humanidad.
Chicago sorprendió al mundo con su Ciudad Blanca en 1893 y San Francisco inauguró el Golden Gate en su Expo Internacional de 1939, la Posguerra nos dejó el Atomium de Bruselas y la Ciudad Expo 67 en Montreal, la Torre del Sol de Osaka 70 y los vistosos y lucidores puentes de El Alamillo y de La Barqueta en Sevilla 92. México ha acudido a ellas con mediano éxito, sobre todo en la Posguerra. Atrás quedaron el Pabellón Morisco de 1884 mostrado en Nueva Orleáns o el folclórico Pabellón Maya del arquitecto Manuel Amábilis de la Exposición Iberoamericana de 1919 contrastante con el estilo neoclásico español que convocaba la invitación.
El pabellón de México fue colocado en un sitio prominente en la Expo del 92 en Sevilla, con aquellas dos equis gigantes reconocibles y muy festejadas proyecto del Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y fue el quinto más visitado en la Exposición Universal de Hanover en 2000, obra del arquitecto Ricardo Legorreta.
Ganó el premio a uno de los mejores pabellones temáticos en la extraordinaria Expo Lisboa '98, que se efectuó en la categoría de exposición internacional, de más modestos alcances que la de carácter universal, y obtuvo dos premios en la de Aichi, en Japón en 2005, uno de ellos por su diseño arquitectónico.
Si bien no tuvo éxito en la Expo de Shanghái 2010, al romper así una estupenda racha de éxitos compareciendo en estas celebraciones fantásticas, en 2015 apuesta por un pabellón del que se sabe poco desafortunadamente, pero que en Milán ha respondido muy bien con el tema de la muestra italiana que corre del 1 de mayo al 31 de octubre: "Alimentar el planeta. Energía para la vida". La llamada Expo 2015 sorprende.
La Exposición Universal sigue contando con un status importantísimo. Es un verdadero catálogo arquitectónico y vanguardista. Desde que el BIE dispuso el uso más de la palabra "Expo" que de la palabra "Universal", acaso ha pretendido destacar lo primero. Sin embargo, eso no quita el carácter universal de la muestra. Universalidad que la da el tema a tratar y donde todos tienen algo que expresar. Esperemos que recupere el vocablo. La tradición y el reconocimiento sencillo de su naturaleza, lo merecen. Ver artículo en Obras Web
Escrito por: Marco Marín Amezcua es internacionalista y doctorando en historia.
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